domingo, 19 de agosto de 2012

TOITO CÁI LO TRAIGO ANDAO









El sol y la luna se pelean cada día en la Bahía de Cádiz para contarnos la edad de las mareas.

Nuestro corazón empezó a broncearse un día de bajamar dando paseos a lomos de combativas urtas de Conil, tomates del mar, empadronadas en playas de dunas saltarinas y observando cómo las huellas desaparecían en la arena devoradas por la espuma de un mar generoso, del que sólo conocemos algunas gotas, mientras que pececillos resabiados nos hablaban de ruinas fenicias y almadrabas de carnes rojas.
 Visitando las bodegas del mar disfrutamos de chocos, acedías, cañaillas , borriquetes y caballas mientras que tabernas de rojas tierras nos regalaba colores en forma de pimientos, cebollas rojas, girasoles y sabrosos melocotones.

 Las entrañas de Andalucía, mientras, ardían en olas de calor aunque siempre refrescándonos bajo el eco de dobles palabras infectadas de  brisa y salero: salinas de camarones, Puerto de Santa María, chirigotas de carnaval, caballos de Sanlúcar, luz de la Caleta, gaditanos  del Carranza, el Bizco en el barrio La Viña.
Descubriendo nuevas verdades ardimos de risa en el Mantecas mezclando soleadas  manzanillas con sueños en adobo y como no, con gentes de Cádiz. Esa gente que a pesar de los pesares te lleva siempre a los precipicios del arte, a los límites de la guasa y que te empuja a acariciar lo trágico-cómico de la vida. Por eso yo puedo decir este verano que You Tube en Cái.

La duna de Bolonia nos esconde las ruinas de Baelio Claudia donde el espíritu de los atunes se convierte en Garum Romano y más tarde en tarifeños al sol. Tarifa puerta de salida y entrada a África, donde el mar se viste de colores flotando en el viento.

Siguiendo las pistas a palabras doradas: sarmientos, pámpanos, zarcillos, aparecemos en improvisados hipódromos donde jinetes y amazonas pelean por un beso del agua del Guadalquivir. La noche se viste de cante, las guitarras se desnudan,  el vino huele a mar.

Pleamar en Jerez. En nuestra marea el agua del mar alcanza su máxima altura. La amistad se convierte en la mano de Fátima para protegernos del frío del invierno. Cuatro corazones se funden bajo el mismo torrente de sangre. Cuatro lágrimas se mezclan con los nardos de la mañana.





domingo, 5 de agosto de 2012

EL LENGUAJE DE LAS FLORES






Aprendí de mi madre el amor hacia el mundo de las flores. Azucenas, celindos y lilos entre rosas contaban a mi madre sus secretos de debilidad, en un mundo todavía para mí, lleno de recreos, lagartijas y juegos de latas. Como islotes de color enredaba los tallos de mil flores y de esa manera, peonías, jacintos y violetas, jugaban al corro en cada una de las mesas de casa.

Hoy reproduzco ese rincón de mi niñez descubriendo el lenguaje de las flores e imaginando su murmullo ancestral en cada uno de los rincones de mi jardín.

El agua comienza su juego entre las estrellas de colores y salpica su frescor a la hierbabuena que me acompañará durante el té de la tarde. Monteverdi me regala sus madrigales para que mis palabras se hagan dueñas de la armonía. El patio roza la perfección para comenzar con el verbo de mis flores, mientras las golondrinas planean en busca del agua del pesebre.

El acebo corona la estampa como un talismán que nos protegerá del infortunio y nos acercará en días de crueles vapores, al frío de la Navidad.

A la pobre albahaca la liberamos de antiguos mitos y ya bajo sus hojas no viven escorpiones, ahora se cobijan notas de amor y recetas de vinos dulces.

De repente sueño con lechos de camelias, la emperatriz del invierno saluda a mi alma y me recuerda que mi suerte está en sus manos.
Mi sueño no cesa y se deja tocar en forma de ciprés. Su sombra alargada ya no me despierta el miedo de antaño y lleno de mortalidad pido a mi amada que las ramas de este ciprés vistan mi ataúd. De esta forma la muerte se hace presente y me recuerda lo bello que es la vida.

Fuera ya del sueño hablo con el geranio que reconforta mi alfeizar. Me pregunta con cierta inquietud por el azul de las lilas y yo le digo que se lo llevo una abeja juguetona a pintar mares de quietas aguas, donde también habita enredado con las caracolas el arrayán para proteger de ojos de lujuria, cuerpos de excitadas sirenas.

El romero y su remedio para el olvido me recuerdan que la mañana ya pasó. Se aproximan las horas del reinado del Dios Sol. Es hora de proteger de sus rayos la belleza y delicadeza de mis rosas mientras que me preguntan las muy coquetas, a cual de ellas quiero más.