martes, 10 de diciembre de 2013

CARTA A UNA COMETA










Para sentir aquellas sensaciones y texturas de la infancia al tocar un objeto, hay que cerrar los ojos muy lentamente, respirar al límite inflando el abdomen y arrullar al objeto y su esencia como cuando tenías 10 años y tus manos eran todavía contenedor de gracia y lisura.
Y es así,  que ayer recordé al tocar mi libro el calor, la suavidad de la seda de sus velas, la firmeza de su esqueleto y hasta el olor de “mis cometas de infancia”  y he sentido la necesidad de escribir una carta de abrazo a mi libro-cometa.


Carta a una cometa


He leído mis palabras en folios, en servilletas, en pantallas, en cartones. En cada uno de esos sitios cambiaban de forma, de tallaje, hasta de coloración. En ocasiones tenían alas de veloces rapaces, otras veces pesaban como un rinoceronte durante la siesta o se convertían en agujas que incordiaban mi descanso. Inquietas las notaba ante la llegada del frío, lejos de la suela de sus zapatos, sin el cariño de la familia ni techo. También hubo días, es verdad, que acurrucadas felices, cantaban todas juntas bellos motetes de chirimías.

Pero hoy, al abrirte y abanicar tus páginas con el aire limpio, he sentido como una reagrupación acompasada de todas las palabras, una convivencia de diálogos fértiles. Libres y entregadas, para un mundo que sufre el ruido de la corrupción, seguras de su mensaje las he oído, compañeras todas entre todas; piña con un único corazón, sólida de cimientos adherida a una sola alma.

En este momento, sin esperar a las vacaciones y a las corrientes de verano, libre te dejo para volar sobre parques, bosques y azoteas. Seguro de tu fidelidad, te convierto en la extensión de mi cuerpo que busca con afán el imposible sueño de volar.
Otras manos te tocarán buscando quizás una flor con la que cortejar un nuevo amor, te ojearán otras miradas para descubrir que son las cosas pequeñas las que sacuden nuestro interior. Tú mientras, como un buen vino, iras madurando en tu propia cava, protegida por el calor y las levaduras que los versos crearán; archivando lágrimas, deseos, sueños, recuerdos; tal vez hasta algún ratoncillo hambriento se enamore al comer tus páginas con palabras de amor.

Pues entonces, busca la corriente que te eleve a otras bóvedas, que yo buscaré la mía, donde  sabedor de mis límites, gritaré de vez en cuando que puede ser más útil un poema que un puñado de cuchillos.